Hablamos con Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, todo un veterano lleno de energía que transmite la pasión por la edición como pocos.
Juan Casamayor, maño nacido en Madrid en 1968, es de los editores que sigue trabajando con pasión. Especialista en la edición de narrativa breve en España y en Latinoamérica, no deja de cuidar todos los detalles en cada uno de los libros que publica. Un ejemplo: cuando lanzó los cuentos completos de
Chejov en 2013, pensó en su lector y decidió añadir un regalo a la compra de aquellos pesados estuches regalaba: una bolsa de tela para que todos sus compradores pudieran llevárselos cómodamente a casa. Reconoce trabajar con mimo los libros, su diseño y mirar las ediciones originales para trabajar las traducciones; admite admirar a otros compañeros que fundaron editoriales en la década de los 90, como Minúscula, Lengua de Trapo y Kókinos, junto a un maestro como Jaume Vallcorba.
«Yo no sería capaz de seguir editando si no creyera en el futuro de la edición».
La pregunta más importante, Juan: ¿cómo has hecho posible una editorial solo a base de relato?
Mira, soy zaragozano, muy tenaz, es decir, cabezota. Siempre he tenido el ejemplo de sacrificio en casa. Mis padres y mis abuelos son médicos -soy el único filólogo de la familia. A mi madre siempre la he visto estudiando. Mi padre, neurocirujano, se levantaba temprano para operar. Ese espejo me forjó como editor. Por lo tanto, sé lo que es el esfuerzo, lo que cuestan las cosas y conseguir que salgan, trabajar duro y bien, desde el cuidado del texto a las personas que se implican en el proceso editorial. Por el camino he tenido cerca cómo se cuida a un paciente y de ahí ese aprendizaje lo he trasladado a mis autores, alguno de los cuales se han convertido en mis amigos.
El otro día hablaba con otra paisana tuya, Eva Orúe (primera mujer directora de la Feria del Libro de Madrid) y esa sana cabezonería me suena…
Pues mira, el mundo es un pañuelo. Te diré que el padre de Eva, era el anestesista de mi padre. El destino ha hecho que sus hijos vuelvan a colaborar. Ya estamos mirando ilusionados la Feria del Libro.
«Quien se quiera acercar a nosotros tiene que saber que somos una editorial que publica relatos; un futuro autor tiene que saber escoger su editorial».
¿Cómo escoges a los autores?
Lo primero, quien se quiera acercar a nosotros tiene que saber que somos una editorial que publica cuento.Un futuro autor tiene que saber escoger su editorial partiendo de conocer muy bien lo que ha escrito y contextualizarlo con otras obras de un catálogo editorial. A partir de ahí comienza la lectura.
Por supuesto, y voy a seguir apostando por esas voces. El éxito de Mónica Ojeda tiene que ver, en primer lugar con su excelente trabajo editorial previo, con magníficas novelas y, en segundo lugar, con una mayor infraestructura de nuestra editorial en torno a un libro extraordinario, Las voladoras que cuenta con diferentes impresiones en América acompañadas de una profunda labor promocional y comercial. Otro caso similar en resultados es el de María Fernanda Ampuero. Sus libros Pelea de gallos y Sacrificios humanos, ambos cuidados desde su manuscrito, no paran de tener reediciones.
¿Qué tal cuando apuestas por algún autor ya conocido que se lanza al relato?
Es un reto, porque debes poner en marcha, con un grado de complejidad mayor, los mecanismos: de producción, de promoción y de comercialización. Asimismo, es un reto editar a los noveles cuya obra se consolida y llegan a un punto que hay que realizar un esfuerzo parecido. Nunca hay que desatender ningún autor.
«Cuando un texto me conmueve, necesito hablar con el autor, horas, días. Que haya un diálogo, un debate. Los autores no escriben libros, escriben manuscritos. Y en el proceso hasta el libro, quien escribe y quien edita deben participar, es cuando el texto gana».
Una vez decides publicar a un autor, ¿cuál es tu relación con él en cuanto a la obra?
Cuando un texto me conmueve, necesito hablar con el autor, horas, días. Que haya un diálogo, un debate. Ten en cuenta algo que olvidan muchos: los autores no escriben libros, escriben manuscritos y, por lo tanto, quien escribe y quien edita deben participar el proceso del manuscrito al libro. En todo este proceso, un espacio de creatividad, es cuando el texto avanza, crece, madura.
Después está el siguiente paso: necesito compartirlo, publicarlo. Todo editor es ante todo un lector. Y aquí no se acaba, amplifico esta pasión y sigo el trabajo con los libreros, con los lectores, con los medios de comunicación. Somos un proyecto literario, pero también una empresa fenicia: necesitamos vender para seguir en nuestra órbita.
Hablando de librerías, es destacable la actividad promocional y el trabajo que realizas para compartir, y en primera persona, organizando ciclos, actos, etc.; el viernes 11 de febrero empezaste un un club de lectura en la librería Cálamo en Zaragoza con Siete casas vacías de Samanta Schweblin. Tras ella se trabajará con Hacerse el muerto de Andrés Neuman (abril) y La memoria donde ardía de Socorro Venegas (junio).
Es una iniciativa que surge de una experiencia muy positiva que se realizó en julio de 2020 para reforzar la visibilidad de las librerías durante la pandemia. Organizamos virtualmente un club de lectura de editor que ahora tiene su continuidad presencial en una librería tan querida como librería Cálamo donde Ana, León y Paco son amigos y libreros de cabecera. La singularidad es que la mirada sobre el libro tratado es de editor y de lector. Se comparte con las lectoras tanto la cocina editorial como la interpretación literaria del texto. Un punto de partida y de llegada distinto.
Tu capacidad es admirable (me canso de pensar en todo lo que haces). ¿Cómo llevas el estrés?
Es que no soy yo solo. La capacidad se debe a un gran grupo de trabajo formado por muy pocas personas. No obstante, todos somos multidisciplinares y con una gran dedicación al trabajo. Constituimos un grupo que lleva muchos años unidos en la labor editorial con el engranaje bien engrasado. En cuanto a mí y el estrés (que se presenta ocasionalmente, no lo voy a negar), soy consciente de que soy editor 24 horas al día. Aun así, trato de parar, de buscar otras huidas como describe Julián Rodríguez en Diario de un editor con perro. Naturalmente, siempre está la lectura (llevo unos años muy radicado en la poesía); me apasiona el baloncesto; me gusta perderme en viajes. Son periferias que se conectan con el editor que soy y al mismo tiempo alimentan otros espacios, otros intereses. Son modos de respirar.
«No soy un nostálgico del pasado, pero sí tengo memoria por el pasado».
Hace unos días falleció Juan Serraller, editor de Fundamentos, tío tuyo por cierto y miembro de una generación de editores admirables, que tuvo que luchar contra la censura y la escasez de medios para la cultura entre otras cosas. ¿Tenemos relevo generacional?
Claro que sí. Yo soy muy optimista. Juan Serraller perteneció a la generación de insumisos a la dictadura. Luego, como bien explica Jorge Herralde en Opiniones mohicanas, a finales de los 90 surgió la generación de los insumisos al mercado. Las nuevas generaciones de editores hemos tenido que adaptarnos a las nuevas sensibilidades literarias, a los nuevos caminos para llegar al lector y a los cambiantes mecanismos para vender nuestros libros. Los futuros editores tendrán que enfrentarse, por ejemplo, contra un concepto radical de inmediatez que trastoca el hábito de lectura y el hábito de consumo. Estoy seguro de que lo harán bien. Yo no sería capaz de seguir editando si no creyera en el futuro de la edición.
© de la fotografía de Juan Casamayor: Isabel Wagemann