
Libro de la semana: «La isla de coral», la novela que inspiró «La isla del tesoro», «Peter Pan» y «El señor de la moscas»

Empiezan las vacaciones y recomendamos «esta isla de coral que sigue viva en los jovencitos que en otro tiempo fuimos, pero también es capaz de conducir a nuevos adictos, modernos jugadores del presente y el futuro, al desafío de explorar tierras complejas, lejanas y desconocidas». Arturo Pérez-Reverte
«Si hay algún niño u hombre al que le encanta ser melancólico y malhumorado y que no puede entrar con amable simpatía en las regiones de la diversión, permítame aconsejarle seriamente que cierre mi libro y lo guarde. No es para él», R. M. Ballantyne
Así comienza La isla de Coral, publicada en 1856, en plena época victoriana. Y, como el resto de su obra (escribió más de cien novelas) es una «historias de aventuras para jóvenes», en sus propias palabras. Inspirada en Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe, está considerada una de las primeras obras de ficción juvenil, pues presenta protagonistas exclusivamente adolescentes.
Pionera también en el tema, La isla de Coral inspiró a Robert Louis Stevenson para La isla del Tesoro (1882, así como a J. M. Barrie para su personaje de Peter Pan, claramente imaginado en torno a Ralph. Tanto Stevenson como Barrie habían sido «fervientes niños soñadores de aventuras», como lo serán, a la manera ballantyniana, los muchachos de sus historias. Por el contrario, William Golding escribió El señor de las moscas (1954) como contrapunto (o incluso como parodia) de La isla de Coral, como bien refiere explícitamente el autor. Al final de la novela, por ejemplo, uno de los oficiales navales que rescata a los niños comenta la búsqueda de uno de ellos, Ralph (curiosamente el mismo nombre), como un «espectáculo muy bueno. Como en La isla de Coral». Y es que los tres personajes centrales de Golding –Ralph, Piggy y Jack– son caricaturas de sus homónimos en Ballatyne. Por eso describió la relación entre los dos libros diciendo que La isla de Coral «se pudrió hasta convertirse en abono en mi mente, y en el abono echó raíces un nuevo mito».
Esta apuesta por la aventura de los editores Daniel Fernández (Edhasa, editorial independiente con 75 años de historia) y Javier Pérez Reverte (Zenda, la revista literaria con más lectores del panorama actual) supone el tercer título de la colección en la que ambos se han embarcado: Zenda-Edhasa. «¡Seguimos con la aventura libresca! El amor incondicional por la Aventura, en mayúsculas. Y es esta novela el ejemplo perfecto de la definición de «aventura» de la RAE: Del lat. adventūra ‘lo que va a venir’, part. fut. act. de advenīre ‘venir, llegar’. 1. f. Acaecimiento, suceso o lance extraño. 2. f. Casualidad, contingencia.»
Cuando el Arrow naufraga en los arrecifes de una pequeña isla del océano Pacífico, solo quedan tres únicos supervivientes: Ralph Rover, Jack Martin y Peterkin Gay. Y lo que parece va a resultar una vida tan curiosa como apacible, entre las dos montañas y los fertilísimos valles llenos de riachuelos que pueblan la isla, se convierte en poco tiempo en una verdadera aventura. Llegará la amistad, el liderazgo, el aprendizaje de la vida; pero también la traición y la muerte. Y, además, tiburones, pingüinos, cerdos salvajes, esqueletos humanos, cavernas submarinas, canoas con feroces guerreros que entre sí desarrollan espantosas batallas y barcos piratas. Todo ello con la sospecha de que cualquiera puede ser dueño de su propio destino, en una historia maravillosa y trepidante, portento de la imaginación de su autor, en la que se entrecruzan sueños, realidades, mitos, historias ciertas y fantasías perdidas.
Son dos, pues los viajes en la novela, dos las aventuras:
• El viaje geográfico a un lugar desconocido. Los tres jóvenes podrán construir un mundo a su medida, pero deberán también luchar con su inocencia y juventud, contra la adversidad.
• El viaje que no se ve pero que subyace en la novela: el emocional por los sueños de adolescencia. Jack será el líder, Ralph, el soñador, y Peterkin, el bromista: para ellos, el mundo de los adultos, imperfecto e injusto, queda catapultado en la lejanía del continente civilizado. Y, con todo, serán la fortaleza, la camaradería, la lealtad y la amistad los valores que los ayuden a sobrevivir, pues prevalecerán siempre… Hasta llegar al mismo lector.
«En realidad, las buenas historias, las grandes historias, no envejecen ni se agotan nunca. […] Y así, poblada de exóticas criaturas y misteriosos personajes salidos de la pluma vertiginosa de su autor, esta isla de Coral de los tres amigos Jack, Ralph y Peterkin sigue viva en los jovencitos que en otro tiempo fuimos, pero también es capaz de conducir a nuevos adictos, modernos jugadores del presente y el futuro, al desafío de explorar tierras complejas, lejanas y desconocidas». Arturo Pérez-Reverte
©Jeosm
R. M. Ballantyne nació en Edimburgo, hijo de Anne Randall Scott Grant y Alexander Ballantyne. Su padre era editor de periódicos y su tío, James Ballantyne, el impresor de las novelas de Sir Walter Scott. Cuando la imprenta quebró inesperadamente en enero de 1826, la familia quedó arruinada, y el joven Ballantyne se vio obligado a dejar los estudios y marchar a Canadá como empleado en la Compañía de la Bahía de Hudson, manteniendo inventarios de pieles. Este trabajo lo puso en contacto con los indios y esquimales y con el mundo de los exploradores, pero añoraba su casa y a su familia, así que comenzó a escribir largas cartas a su madre.
Más tarde, en su autobiografía reconocería en aquellas cartas el germen creativo de su primera escritura, aunque su primera novela, claramente ligada a Canadá, fue Los mercaderes de pieles (1856). La isla de Coral fue su segunda novela y la que lo catapultó a la fama. Aun así, molesto por un error en la documentación, Ballantyne viajó constantemente para conocer de primera mano los antecedentes de sus historias y por eso vivió en Bell Rock para escribir The Lighthouse (1865), durante un corto tiempo fue bombero en Londres para documentar su Fighting the Flames (1867) o convivió con los hojalateros de St. Just durante más de tres meses, lo que dio fruto en Deep Down (1868).
En 1866 se casó con Jane Dickson Grant, con quien tuvo cuatro hijos y dos hijas. Ballantyne murió el 8 de febrero de 1894 en Roma tras sufrir una dolencia misteriosa que más tarde fue diagnosticada como enfermedad de Ménière. Fue enterrado en el cementerio Acatólico de la ciudad bajo la misma tierra donde ya descansaban los poetas John Keats y Percy Shelley. A su muerte, miles de escolares ingleses recaudaron dinero para conmemorarlo. Siguiendo el consejo de R. L. Stevenson, una parte del dinero se usó para pagar la lápida y el resto se destinó a la viuda de Ballantyne y sus hijos.