
El mundo editorial, un archipiélago I – El hundimiento

Existe una falsa —y maniquea— disyuntiva en el ambiente editorial mexicano entre la despiadada industria de lo vendible en altos volúmenes versus los románticos proyectos intelectuales y artísticos con estructuras de negocio endebles. En una sociedad en la que la educación lectora ha sido deficiente, ya sea por las pedagogías de la imposición o por falta de interés, la adquisición de novedades editoriales parece reducirse a las clases medias cultas y a los sectores de las clases altas que conciben la posesión de libros como signo de sofisticación. Por otra parte, el antiguo prejuicio nos dice que las clases medias bajas y las populares adquieren exclusivamente libros baratos, piratas, de segunda mano y no utilizan los dispositivos digitales.
La falsa idea se dibuja como un archipiélago: las grandes firmas editoriales y de distribución se concentran en las superventas, los libros utilitarios y los de autores que son figuras públicas. El sector independiente tiene una subdivisión: las pequeñas editoriales se abocan a las traducciones de literaturas poco atendidas, las ediciones artísticas, la poesía y las jóvenes promesas; y por su parte, las librerías independientes se concentran en la selección refinada, la atención personalizada y la conformación de la librería como espacio cultural. El público objetivo de este gran bloque son las clases con mayor poder adquisitivo.
En el otro extremo, el grueso de la población es atendido por el Estado, un actor con acciones dirigidas al fomento de la lectura, el subsidio de algunas ediciones independientes, las becas a jóvenes creadores, la distribución mediante su red de librerías y la impresión de un catálogo que ha variado entre lo “noble” y lo popular.
Este escenario simplista muestra cierta verosimilitud durante la crisis del sector editorial mundial desatada con especial dureza en México. La reducción de las ventas de libros físicos hasta abril del presente año ha sido de 80 % en comparación con el mismo periodo de 2019 y 15 % respecto al estimado anual, según datos de Nielsen Bookscan compartidos por Metabooks. La dramática caída evidencia la desarticulación de la cadena del libro mexicana, editoriales y demuestra que las librerías de todas las dimensiones han actuado con escasa coordinación en la adopción de estrategias comerciales. En medio de la crisis, el individualismo ha sido la primera reacción y en algunos casos el único recurso para mantenerse a salvo.
El hundimiento
La disminución de las ventas inició con el cierre de librerías en marzo y abril y se potenció con la cancelación de todas las ferias del libro programadas para el primer semestre. Ante ello, los actores del ramo editorial han reaccionado de diferentes formas para paliar los daños o en los casos más dramáticos para subsistir y reducir los estragos en las economías familiares de sus colaboradores.
En este escenario, Era, Almadía y Sexto Piso —tres casas que han apostado por la importación de autores de otros idiomas, la calidad e innovación editoriales y la difusión de la historia y las ciencias— idearon una campaña urgente para cubrir los gastos y poder mantenerse un tiempo. “Dependientes de lectores” es el nombre de la iniciativa que contó con el apoyo de varios medios de comunicación y figuras públicas en la búsqueda de donaciones, quienes colaboraron con la causa obtuvieron recompensas como descuentos y obras de artistas de la talla de Vicente Rojo, Graciela Iturbide o Abraham Cruzvillegas.
El trágico escenario económico ocurrió en pleno desarrollo de la Red de Librerías Independientes, asociación que agrupa hasta el momento a 37 librerías locales de todo el país. La lucha por una competencia justa con las librerías de cadena, su posición como espacio de encuentro en las comunidades en las que se encuentran y el desarrollo de pequeños negocios familiares entraron en jaque con la emergencia sanitaria.