
¿Cómo se crea un libro? Los escritores y escritoras responden

¿Cómo se crea un libro? Varios escritores y escritoras relatan cómo viven la experiencia desde la maduración de la idea hasta su materialización en un libro.
Continuamos los preparativos y el camino a Frankfurt 2022, haciéndonos eco de un reportaje que la web oficial de España como País Invitado de Honor a la feria ha publicado uniendo las voces de distintos escritores y escritoras del panorama nacional que responden cómo viven la experiencia de crear un libro.
Al principio de todo estuvo siempre el verbo. Don o maldición. Arte o castigo. Todo comienza con una historia. Nuestra necesidad de ser en la palabra, de comunicarnos, de articularnos a partir del lenguaje, visual o escrito. Del arte prehistórico en las cavernas a la tradición oral. Del habla a la escritura. Si uno es escritor, decía Carmen Laforet, siempre escribe. Aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a «esa dudosa gloria» que, en palabras de María Zambrano trata de «defender la soledad en la que se está». Se trata, decía Ana María Matute, de «una forma de protesta, a veces contra uno mismo». Contra o a pesar de.
«Escribo porque estoy desbordado —confesaba no hace mucho Manuel Vilas en la revista peruana Caretas—, quiero transmitir a los lectores ese asombro, que se transforma en alegría y celebración de estar vivo». Hablamos con él y con el también escritor Juan Gómez Barcena, la poeta gallega Arancha Nogueira y la ilustradora Elisabeth Pérez para desvelar algunas de las claves de este enigma que supone el oficio de crear libros.
Por dónde empezar
La pregunta, por supuesto, sigue siendo por dónde empezar. «Supongo que el cómo se transforma, ese proceso común a toda creación artística, es la parte más difícil de responder. Muchas veces me he preguntado a mí misma, ¿cuándo algo deja de ser idea para convertirse en hecho, en hecho poético en este caso?», se plantea Nogueira. Poeta nacida en Ourense, esta joven de 33 años, Premio Francisco Añón de poesía en 2013, ha publicado ya varios libros de poemas en gallego: Andar descalza y O único lugar onde ficar inmóvil.

«Lo que sí sé —continua— es que surge de lo cotidiano: de un gesto, de una pintada en la calle, de una conversación casual. Me gusta desentrañar todo lo que hay detrás de las cosas simples; creo que eso es lo que me gusta de la poesía. A veces me siento en alguna terraza con un cuaderno y tomo notas informales sobre cosas que me llaman la atención y que nunca salen de lo cotidiano. Un día, esas notas toman forma, adquieren sentido, se relacionan formando un todo. Es ahí, creo, cuando nace el poema».
Manuel Vilas, por su parte, mantiene que lo suyo tiene que ver más bien con el amor a la vida. Así se transforma la vida en literatura. El finalista del Premio Planeta 2019 por Alegría empezó a escribir poesía y a interesarse por la escritura a partir de sus lecturas de Rimbaud o Baudelaire. Conocido por sus versos, en prosa, aunque ya había escrito títulos como la biografía novelada Lou Reed era español, o el libro de viajes América, el éxito le llegó en 2018 con Ordesa, un relato descarnado y honesto sobre su propia familia, crónica de una España que ya fue. «La literatura que yo hago quiere ser un reflejo expresivo e inteligente de la vida —se define—. No varía de la poesía a la prosa. El origen es el mismo: amor a la vida».
Jugar con el tiempo
Para Juan Gómez Bárcena, sin embargo, ese proceso que va de la inspiración al libro es una cuestión de tiempo. «Generalmente, dedico al menos un año a madurar la idea de mis novelas y a abordar el grueso del trabajo de documentación y planificación, para luego dedicar entre uno y dos años más a la escritura propiamente dicha», cuenta el autor de títulos como Ni si quiera los muertos o Los que duermen.

«Lo ideal para mí es combinar períodos de uno o dos meses de escritura muy intensa con períodos de barbecho y descanso: estos descansos tienen que ser lo bastante largos para permitirme descansar y al mismo tiempo lo bastante cortos para no hacerme perder entusiasmo por mi proyecto», comparte. Algo que, por su trabajo como profesor de escritura creativa, a veces solo se queda en la teoría, al tener que permanecer más tiempo lejos de la obra de lo que le gustaría.
Ahora bien, ¿y si hablamos de un libro ilustrado? ¿Cómo trabajar con las imágenes? Elisabeth Pérez ha colaborado con museos e instituciones, haciendo ilustraciones para proyectos y material didáctico, en portadas de revista y, por supuesto, libros para editoriales, entre otros muchos encargos. En 2013 fundó el proyecto de autoedición Bonito Editorial donde ha publicado seis libros escritos e ilustrados por ella. «Con el arte la libertad es total y el trabajo conceptual es totalmente distinto. Cuando ilustras un libro la responsabilidad va más allá de crear algo nuestro, debemos ser fieles al mensaje que queremos dar, al que la persona que escribe quiere transmitir, pero a su vez debemos aportar una segunda lectura igual de rica, tenemos que ayudar a profundizar las emociones, traducir a imagen los paisajes, las atmósferas, los personajes, las texturas… todo influye a la hora de interpretar una historia», explica.
Actualmente inmersa en las ilustraciones de dos títulos como El señor luna y Amuna, Pérez explica que para trabajar normalmente se hace pequeños esquemas casi geométricos sobre cómo repartir el texto y ahí suele empezar a componer las imágenes de manera mental. «Luego comienzo a crear ilustraciones ya en el papel definitivo, pero siempre viendo el trabajo conjunto, unificando de principio a fin ‘las normas’ que establezco para darle coherencia. Muchas veces rehago una y otra vez los libros hasta que doy con el lenguaje que realmente me parece el correcto para cada historia. Puedo estar siete años con un libro, como pasó con Saturnina, o realizar todas las imágenes en una noche como con Memoria de un pez bueno».
Manías de escritores
Pero una vez metidos en faena, ¿cómo es el día a día del escritor? Si preguntamos por sus manías, todos reconocen tener algunas. «Tengo un montón —se confiesa Vilas—. Escribo en cualquier momento, pero prefiero el rato que va de las 9 a las 11 de la mañana, y hacerlo en los hoteles. Escribo en la cama de los hoteles porque esas camas tienen más almohadas que la de mi casa. Bebo mucho café, por eso me alegra que la habitación del hotel tenga Nespresso, máquina que ha hecho más por la literatura y por los escritores adormilados que Cervantes y Shakespeare juntos. Y escribo con música, siempre. Sin música, la vida es un error, como dijo Nietzsche».

La música es otra de las obsesiones de Gómez Bárcena. «Siempre he sido un escritor noctámbulo. Suelo trabajar de madrugada, después de la cena, y a veces la escritura me desvela hasta el amanecer —cuenta el autor—. Y siempre acompaño mi trabajo con música, generalmente instrumental o con letra en un idioma distinto del castellano. Suelo escoger alguna canción determinada que escucho en bucle durante toda la jornada de trabajo; ese carácter repetitivo me ayuda a adoptar esa especie de trance que es para mí la escritura. Y todo esto siempre remojado con una lata de Sprite, las tazas de café se las dejo a Balzac que, por lo que tengo entendido, las bebía por docenas», bromea.
Y es que la noche, parece ser el mejor momento para las musas porque Nogueira, como Gómez Bárcena, se refugia también en ellas para componer sus poemas. «Es cierto, por lo menos después de la puesta de sol, que es un momento muy inspirador. Creo que es un momento del día, cuando llega a su fin, en el que todo el mundo se siente solo, no en un sentido necesariamente malo de la soledad, sino atávico, ontológico —reflexiona la poeta—. Ese momento de introspección, de diálogo con una misma, es inspirador para mí, como lo es leer a otrxs autorxs o escuchar música o charlas que me interesan y me remueven. Es ese momento de extrema sensibilidad donde creo que se gestan esas ganas de que las notas que he tomado a lo largo de semanas o meses adquieran un sentido único».
Pero la nota de color, como no podía ser de otra manera, la da Pérez. La ilustradora comparte que trabaja en un taller donde almacena además los libros de la editorial. «Es un antiguo ultramarinos que compré y reformé hace dos años. Las baldas de madera son verdes, las hizo el anterior dueño para almacenar botes de conservas, y son preciosas, las reparé y ahora las tengo llenísimas de libros —describe—. Las paredes están cubiertas de azulejo azul clarito. Hay alacenas antiguas llenas de trastos y cajas con dibujos antiguos. Una mesa muy larga llena de bártulos, papeles, pinceles, botes de lápices y cajas de pinturas. La guillotina, la impresora, el ordenador, un montón de materiales, bastante desordenados, todo hay que decirlo. Y al fondo un patio con plantas donde salgo a comer cuando hace buen tiempo».
Como el resto de escritores, ella también trabaja sola. «Suelo comenzar a trabajar con música, pero me concentro tanto que el vinilo termina, la playlist se para y yo sigo a lo mío sin darme cuenta». Eso sí, aunque reconoce que siempre ha trasnochado, porque el silencio de la noche le ayudaba a concentrarse, últimamente no le queda más remedio que trabajar durante el día para conciliar a nivel familiar. «Algo bastante peculiar es que me expando mucho, extiendo todo el material, sobre todo si trabajo en una serie de imágenes tengo que tenerlas todas a la vista —afirma—. Me he vuelto un poco exquisita con el tiempo sobre qué material uso: siempre el mismo papel de 240 gr. y 100% algodón, tanto para el gouache, como para el grabado, las ceras, óleos o el lapicero. El rojo, el coral, los azules desde el añil, al turquesa y el azul ceniza, son tonos que llevo utilizando varios años. La manía más rara creo que es que a veces cuando pinto, ni siquiera cambio de pincel, no uso bocetos, soy bastante impulsiva con los trazos y siempre termino dibujando de pie».
Los gremios de la literatura
Pero la vida de un libro, no termina en su escritura. Una vez terminado el manuscrito llega una de las partes más temidas por el escritor novel, pues para quien ya tiene cierto nombre dentro del sector a veces resulta más sencillo. Entonces, «es cuando entran los gremios en una novela», en palabras de Vilas. Es decir, «los fontaneros, los electricistas, los albañiles, los carpinteros. Lo bueno es el trabajo del arquitecto. He tenido la inmensa suerte de haber trabajado con editores que han perfeccionado mucho mis manuscritos. Un manuscrito es siempre una tarea inacabable. La utopía de la perfección te hace sufrir mucho. Siempre puedes mejorar una frase. Cambiar un adjetivo, conseguir algo mejor. Al final, todo termina cuando el libro se edita», reflexiona.
Pero no siempre es tan fácil publicar. «Por suerte, ahora cuento con la casi total seguridad de que mis manuscritos acabarán siendo publicados, pero hubo un tiempo no tan lejano en que mis borradores se acumulaban sin encontrar editor —recuerda Gómez Bárcena—. Creo que eso es lo más difícil en la carrera del escritor: ese silencio con que generalmente los editores y agentes acogen nuestros primeros manuscritos. Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que el talento, si está acompañado de perseverancia y paciencia, siempre acaba siendo reconocido».

Nogueira prefiere buscarse la vida por otros lados. «Nunca he buscado muy fehacientemente la publicación, he llegado a ella a través de premios o contactos. Creo que también eso es bonito, precisamente por lo azaroso». Según la opinión de la poeta, que compone siempre en gallego por «una cuestión de ideología, de ecología lingüística y de empoderamiento», existe bastante precariedad en el sector, lo que hace que sea imprescindible compaginar la escritura con otros trabajos. «Precisamente esa es una de las cuestiones que más me preocupa, la falta de profesionalización de nuestro sector y las dificultades para llevarla a cabo. De hecho, es también uno de los motivos fundamentales por los que me presento a concursos: porque ofrecen premios económicos. Creo que es necesario desbotar la idea de que el artista hace lo que hace ‘por amor al arte’ y comenzar a comprender que somos trabajadorxs como otrxs cualquiera y, por lo tanto, merecemos unas condiciones dignas».
En otras palabras, coincide con aquella máxima de Quevedo que recordaba que quien escribe para comer, ni come ni escribe. «Hay muchas cuestiones que hacen que el sector del libro esté tan frágil y creo firmemente que el mayor problema es la falta de tiempo —sugiere Pérez—. Para escribir e ilustrar bien necesitamos meses incluso años, para poder mantenernos mientras creamos necesitamos mejores condiciones, y mientras eso no ocurre trabajamos rápido. Para conseguir una buena obra de esas que se agotan y reimprimen una y otra vez, y se convierten en el libro que toda persona querría conservar bajo su almohada necesitamos ir más despacio, seleccionar más, producir menos y mejor», afirma.
Por supuesto, reconoce Gómez Bárcena, «hay escritores que viven de las ventas de sus libros, aunque en el total de escritores de España son una minoría casi anecdótica. Generalmente los creadores debemos asegurar nuestra supervivencia con algún trabajo que puede o no tener que ver con la literatura. En mi caso, me siento afortunado de haber encontrado una profesión alimenticia —tallerista en cursos de escritura creativa— que está vinculada con mi carrera de escritor y además me ayuda a afilar mis herramientas de trabajo».
Por su parte, Vilas reconoce que lo suyo ha sido una carrera de esfuerzo. Autor recientemente de Los besos, mantiene que el truco consiste, «como todo en la vida, con esfuerzo, sacrificio, con perseverancia y tozudez, sin fines de semana, sin vacaciones, y trabajando 24 horas al día, 365 días al año, así se consigue vivir de la literatura —afirma—. Y sí, se puede vivir solo de la literatura. Y el éxito de un escritor es ese: vivir de la literatura», mantiene. Sea como sea, como tercia Pérez, es algo que merece la pena. «Saber que estamos construyendo imágenes que pueden llenar de magia en un momento a alguien que conserva un libro en su bolsillo para leérselo de camino al trabajo por ejemplo, me parece algo precioso».